1
La carta
Debió de enviarla el día anterior a su última marcha. La recibí un día después de que todos los periódicos anunciaran su muerte. Venía en un sobre rosa oscuro, casi rojo, pero rosa al fin y al cabo. Cuando vi la firma de David no me extrañó recibirla, no porque yo sea alguien importante, al fin y al cabo soy bastante menos importante que mi querido David Lynch, pero sé que si estaba conectado a él desde hace algún tiempo, tarde o temprano sus conexiones harían llegar a mi humilde rincón algo suyo. La lógica de las cosas, y de las conexiones, no puede ser traicionadas por cuestiones de prestigio.
La carta decía, dice:
“Ahí va este sueño que tuve hace unos días y que recuerdo con una claridad extraña, porque, como ya sabes, los sueños apenas se recuerdan y debemos estirar de un hilo para recrearlos y guardarlos en la memoria de alguna manera, porque tan nuestros son los sueños apócrifos que hemos reescrito a fuerza de desmemoria como los sueños mismos, los sueños puros, los primeros manuscritos del sueño que no necesitan ser pasados a limpio. Y es que este sueño, que ya no es mío sino tuyo, es de una simpleza fuera de lo común, tan fácil que ni siquiera se resiste a la memoria. No es que me avergüence de haberlo soñado yo, que quieras o no, tengo mi curriculum internacional y mis años de ejercicio. Es un sueño de una literatura casi infantil, parece soñado por un amateur. Y es por eso por lo que te lo envío a ti, que, convendrás conmigo, eres un amateur entrañable, tanto por tu amateurismo militante como por tu edad, algo impropia para esa cualidad que te define. Te sigo porque mis asesores que leen todo saben que tus vías nerviosas bordean y bordan con primor la ingenuidad del chico grande que ahí está.
Paso a contarte el sueño:
Una imagen de un arbusto cimbreándose porque la imagen está sobre una superficie de agua que se ondula por el viento o porque una piedra ha impactado allí. Y ese tallo se va convirtiendo en el cuerpo, cada vez más macizo, de una mujer, cimbreándose de la misma manera, pero convirtiendo ese movimiento en algo insoportablemente sexual. Y aparece Dios, no con imagen, su imagen no aparece en el sueño, sólo se sabe, sé, que ahí está Él quien posee a la mujer, también sin imágenes, sólo sé que Él la posee y después, no simultáneamente sino después, y ahora sí que hay una imagen, su Hijo, que en el sueño es la imagen casi abstracta de un jarrón de flores, o el dibujo de un jarrón de flores que explota y lanza al espacio un chorro de cositas de colores, que al principio parecen flores pero que después se ve claramente que son confettis de todos los colores sobre los que está escrita la Summa Teológica de Santo Tomás de Aquino.
Ese es el sueño. Te lo mando para que lo utilices como si fuera tuyo. Casi será mejor que no digas que yo, David Lynch te lo ha regalado como reconocimiento a tu labor, o como agradecimiento por hacer posible que desaparezca de mi casa ese resto de una mala noche, que, a pesar de todo, contiene el enigma que tienen los sueños.
Otra cosa. Hay algo que no te mando, o que te mando pixelado (XXXX XX) porque eso sí que tiene un valor muy grande. Me parece que no voy a dejar de darle vueltas mientras viva, y es el título que soñé que tenía el sueño. No puedo revelarlo. Ponle el título que tú quieras.
Un abrazo, chaval. Nos vemos.
David Lynch.”
2
Tengo Tingo
Así titulo aquí el sueño que, puede decirse que yo no soñé pero que pude haberlo soñado en la cabeza, ya definitivamente borrada, de mi admirado David.
Qué agradecido estoy a quien tantas veces me ha despertado de una cruda pesadilla que, a menudo, pasaba inadvertida y que se clavaba en el día a día como una sanguijuela, la muy puta, y a quien sigo mirando con cierta distancia y calor.
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