
Mildred Burton
La realidad habla pero no se
le entiende.
Revela por el mero hecho de
ser. La realidad implica revelación.
Ese decir, esa revelación no supone que exista un receptor que la comprenda, que la interprete
al pie de la letra.
No existe tal letra en ese
hablar de la realidad. Nadie que la escuche a través de la letra, podrá entenderla.
La realidad es compleja en el
sentido de que no existe una coagulación de ella que pueda ser
diseccionada, estudiada. Cualquier “muestra” de la misma es una
manipulación, una falsedad.
La realidad es indivisible.
No existen fragmentos reales de la realidad.
Por eso la realidad es
irrepresentable. El realismo es una falsificación de lo más
auténtico de la realidad, que es la realidad misma.
Sólo puede representarse lo
que de ella podemos absorber exclusivamente a través del inconsciente.
La parte del sujeto tomada, poseída por el logos, que es inoperante para saber de la realidad y que, en
consecuencia, tiene como misión reducirla a una letra, a un discurso
lógico (sometido a lo que ese logos pueda dar de sí) queda
(des)compensada en el otro extremo por el inconsciente.
El inconsciente absorbe, se
empapa de la realidad, más allá del principio de interpretación, y
ésta sigue viva, latiendo en el sujeto letrado e ignorante.
El inconsciente hace saber.
El sujeto es poseído por la
realidad a través del inconsciente. Por el inconsciente.
Lo más importante del
inconsciente es su operatividad. El inconsciente no deja nunca de
funcionar: trabaja, constituye, crea, tiende a, hace vivir al humano
un plus puramente humano, más allá de lo estrictamente animal (la
programación para la persistencia biológica) y de lo pertinente al logos (la pretensión de transformar la realidad en un
discurso homologable por ese mismo logos, en un texto que él pueda
leer).
Una vez dije que lo que se
reprime (en el sentido psicoanalítico) es el amor. El amor es una
expresión de la realidad. Indómita. Inenarrable..
A lo que cabe añadir: lo que
se reprime (en el sentido censor) es el inconsciente.
Así, por ejemplo, los
represores pretender establecer listas de legitimidad de lo que, sin
tener ni idea, extraen de lo inconsciente: así predican sobre
placeres legítimos, sexualidad legítima, agresividad legítima
etc. Legítimo es, para la represión, aquello que es válido para la
eficacia, para que lo humano sea, por fin,
una máquina eficiente. Más "salud", más “seguridad”, más
“claridad”, menos caridad.
La eficacia pretende
transformar la realidad en algo reproducible a través de cualquier máquina.
Reproducir es poder.
Sin inconsciente sólo habría
reduplicación, copia. La realidad sería una copia de la
falsificación de la realidad que hace el logos, siempre al servicio
de lo asimilable, de lo permisible.
El inconsciente no copia la
realidad.
El inconsciente repite: no
cesa de revelar la existencia del intervalo que hay entre las cosas
de la realidad, lo que hace que ésta pueda ser soñada, narrada,
recordada y olvidada.
Ese hueco, el intervalo, es
el eros, el silencio que inventa la música. El tic-tac tartaja de la
repetición, el intento de pillarle los pies al intervalo para
hacerlo desaparecer es la muerte, con su silencio solidificado que no
termina.
Frente a la disolución que
la realidad lleva implícita, frente al ex-tasis, a la fuga, a la
deserción de los márgenes impuestos por el intento de convertir la
realidad en un texto inteligible, la represión actúa. Con la fuerza
de un gulag blanco, de un auschwitz que por fin no teme decir que ha
triunfado desde el principio mismo de su levantamiento.
¿Cabe vivir en una
coexistencia dialéctica entre el logos no sometido a lo aceptable y
el inconsciente atendido, no reprimido, no aniquilado?.
Tal vez un día podamos soñar
dormidos y crear despiertos. Tocar el color que todavía no hemos
barruntado con las manos y quemarnos en una fulguración amorosa que
no exija retorno.
Porque, es cierto, la
realidad en su escabullimiento ha dejado sus restos en los rincones,
en los agujeros del suelo, en las fosas sépticas, en los charcos
donde beben y se miran los perros, en los depósitos donde duermen
los marginados, los santos.
Sólo los santos atienden el
inconsciente sin espantarse. Los santos no padecen vértigo ni fobia
a esa oscuridad que les llama para invocarles y abocarles hacia la
luz. La misma que invoca y aboca a todos los humanos que no
decidan vivir muertos.
Los santos no se
escandalizan. Abrazan el bien y abrazan el mal. Se saben humanos y
caminan pegados al suelo como si nunca hubieran sabido leer.
El arte es ágrafo y vive de
los sueños.
El arte solo vive de la
realidad. Y la salva y nos salva.
Manuel Agujetas