Apenas se oye nada, El viento amortigua el canto de los pájaros, el mundo y sus tiovivos están lejos de aquí. Así que miro al horizonte, ocupado por mis montañas familiares, y respiro y noto que mis ancestros de papel me tiran de la lengua.
Descalzo, mis pies tocan la sombra,
tientan sus cuatro puntas aún frescas,
los cuatro despojos que la noche ha dejado entre las hojas:
el sueño, el terror disuelto en la primera luz, un recuerdos cifrado que no fue, la luz.
Piso la sombra y siento el frío que vive debajo de las piedras;
arriba, el sol sigue ignorante en su deslumbramiento y en su fuego,
lo que dicen ser sus rayos no llega al alma de las cosas
ni al alma de la sombra.
Mis pies descalzos son los pájaros que todavía no han volado
los pájaros saltarines, indefensos, ciegos al grano,
que duermen en el nido frondoso que durará entre las ramas del aire.
Piso los cuatro puntas de la sombra,
extiendo mis manos por mi pequeño reino,
noto el hielo volver y los cristales ya lloran preparando la vuelta.
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