Blanco
como dijera el poeta que es la ceguera
mudo
el silencio que es la suma de las voces
aire
beberlo en una copa cuando has llegado.
Blanco
como dijera el poeta que es la ceguera
mudo
el silencio que es la suma de las voces
aire
beberlo en una copa cuando has llegado.
El árbol se aparece
el árbol tenaz e ignorado
Le devuelvo la mirada como si fuera la primera vez
Recorro las nervaduras negras de sus ramas
que son letras pintadas por un pincel que tiembla
No respiro cuando veo sus hojas amarillas luchando contra la gravedad
que las llama
y ni lloran las hojas sólo quieren estar para darme su oro
Veo el suelo cubierto de vida que nunca fue muerte
y que huele a un tiempo de agua tibia y de piel limpia y labios escarchados
Ahí anda invisible la mirada que no observa
que sólo arma las cosas y las hace árbol
el árbol que me mira para que siga existiendo en el invierno.
Recuerdo cuando el barro se tragó mi caballito de goma
y al gran jefe indio
Pienso que la tierra me debe algo
que no moriré hasta que me devuelva lo perdido.
Despierto agarrándome a la tela de araña
sacudo las piernas como colas de sargantana sobre el vacío
noto termitas en mi vientre
ya no tengo a mano los alcalinos y mi madre no está
Imploro al señor que me saque de quicio.
1 EL ÁRBOL
Tiembla el árbol
Sus últimas hojas ríen en medio del aire
Aún cantan juntas la balada del otoño
El viento silba
Cierran los ojos y guardan para siempre
la otra primavera.
2 EL PÁJARO
Un pájaro me mira
Su pico abierto muestra el abismo de su cuerpo
Allí vive el silencio
La casa de los cantos
La fábrica del aire que hace sus caminos
En su quietud enseña el misterio: el vuelo
Abre y cierra el pico y así construye el principio de los signos
Su buche tiembla y sus ojos
leen con amor este poema que yo escucho.
Ha muerto Misstere
La encontraron tumbada sobre el lado derecho junto a la mesilla de noche donde aún temblaban las páginas de su manual
de autoayuda del que eran coautoras una gastroenteróloga que hablaba de la flora y del amor y una psicóloga subida de tono que veía crecer el cerebro
el suyo
en una maceta abonada con heces perdonadas de irreprochables humanos
Espero que tu muerte nos alumbre
que el signo de tu cuerpo en el último momento antes de su muerte nos de pistas de como vivir para morir en condiciones
y de como sobrevivir mientras nos llega esa hora a las listas de lo más vendido.
He visto moverse una mancha oscura que parecía reptar bajo la cama de Misstere
debe de ser la cucaracha de la casa
o el ratón imaginario que la atormentaba silenciosamente y del que nunca habló en sus ensayos
ni en los premítines de su partido en las campañas porque nunca quiso saber que ese ratón era lo único que armaba todo su ser dentro y fuera de la materia y el ardor
o serían los pelos inconclusos
mortecinos y ovillados de su desgaste natural
pobre Misstere
o tal vez la mancha negra fuera su alma de niña en pecado mortal
o el dolor no examinado en los microscopios del instagram
en el espejo donde cada mañana reventaba sus granos negros
o un petit crime incrustado en la hostia clavado en la vera cruz
Misstere
Misstere
¿qué nos dirías si aplicando los conocimientos de la Cábala que tanto estudiamos aquellos sábados oscuros cuando no éramos nadie y el mundo aún no existía sino en el deseo
esclareciéramos el sentido profundo de ese libro mortal que yace junto a ti
y nos dijera que un día
a pesar de nuestra miseria individual y colectiva
fuimos un número determinado entre los azares del polvo?
Siempre estaba atento a la voz que le dictaba
para escribir las palabras que luego eran ya suyas
con su afilada pluma
sus hojas blancas
la tarde
las horas
el silencio
y cuando se secaba la plumilla tentaba el tintero
y a veces no acertaba a clavarla en el vientre de la tinta
y tentaba el aire limpio de las afueras
y así escribía unos versos entonces transparentes
y al leerlos despacio se admiraba de ellos
y de la voz muda que los dictó en silencio
y los hacía suyos su memoria
y poco a poco en su taller los llevaba a ser pinturas con signos de colores
y esculturas de hierro y aire
y notas cantadas por pájaros en selvas inacabables
y rezos de monjas ensimismadas y místicas
aquellas palabras invisibles que al tentar el vacío del tintero eran llegadas
llenaban las estanterías que amueblaban los sueños.
no ha salido el sol
hoy estaré solo
haré que la música me guarde del frío
cuando cierre los ojos cansados de otras voces
veré las playas doradas donde ardía.
Miro las flores
no dicen nada
sólo están para que yo exista
Si no existiera
no habría flores
ni color
y el jardín sería un desierto transparente
Allí fue donde se oyó el primer grito
donde comenzó la era de la dominación
Allí se notó el estremecimiento
el temblor de las gentes que sufrían sólo por haber nacido
Allí fue donde las manos se alzaron a la guerra
nunca antes allí el fuego había sido ese fuego
Allí sucedió que la riqueza despedazaba a los inocentes
Allí fue donde un hombre muy pobre hizo un milagro
y fue por ello torturado y muerto en los confines del sitio
Allí fue donde él se hizo resto
donde alguien descubrió el valor de ser resto
porque no todo encajaba como era de esperar
y dijo que el deber y el saber estaban en el resto y no en el encaje
Allí fue donde los físicos quisieron estudiar el milagro
y cuando el milagro llegaba a ser un número lo declaraban milagro
y cuando el milagro no era comprendido era milagro declarado
Allí los físicos supieron que estaban vivos y muertos a la vez
y que Lázaro fue un resto redivivo
y el maestro un Lázaro venido a menos según su deber de llegar a no ser
Allí fue donde alguien quiso entender lo inimaginable y creó una lengua inútil
una cueva de sinsentido donde vivir holgadamente en medio de la luz y del frescor
y díjose poeta y todos se rieron de él aunque le dieron una pluma par seguir viviendo
en el resto de los días y las noches
Allí fue donde el dominador y el propiamente resto firmaron un tratado
en el que convenían que nunca firmarían la paz.
LETRAS
Cuando el sol se va, el canto de los estorninos se reúne en el epicentro del día.
Allí es donde confluye toda la gravedad.
Es un tiempo de una densidad infinita que se revela en el silencio que acuerdan los pájaros cuando ha oscurecido del todo.
Allí ocurre el aplastamiento.
Y ya sólo la sombra, que no el cuerpo, es capaz de seguir adelante, hacia la noche.
Y
CIENCIAS
Y vino el zorro y me hizo la señal con su espada en mis agallas,
en mis agallas.
Y vino el zorro y me dijo:
sólo has sido, sólo eres, sólo serás la señal que te hice con mi espada en tus agallas,
en tus agallas.
Qué pena ser
ese hombre
cabizbajo sin fuerza para levantar los ojos
que arrastra los pies por la humedad de las lágrimas
testigos
de los días y las noches
qué pena cuando canta
y cuando rie y busca la belleza detrás de las esquinas
el amor en lo oscuro de la cama
las manos en el nido invisible
que dejaron los pájaros
qué risa cuando escribe con el negro de la noche
en la nive que guardan las pisadas
palabras que bien podrían haber sido el alma donde vivía el camarón
y son si acaso pompas del jabón cuando se lava las manos
antes de la cena.
¿Para qué me sirve? Pensó.
Así que se acercó al espejo
-quería hacerse un selfi con los ojos en ese precioso momento-
sacó la lengua como un niño cuando le hace la burla a su enemigo.
¿Para qué me sirve? Pensó.
Buscó el cuchillo de cortar jamón en Navidad,
miró su filo despacio como lo haría un japonés conteniendo el respirar,
se la cortó, se cortó la lengua, que cayó al lavabo como una hez de carne.
La sangre embadurnó el espejo con un rojo aglutinado, espeso.
Aún tuvo fuerzas para untar allí el dedo índice de su mano derecha
y escribir en la blanca pared del pasillo unos signos,
letras, tal vez, palabras, oraciones.
Y, de pronto, en una caída de tanto dolor, miró su escrito,
pausó el tiempo
-no había tiempo-
y, a punto de llorar, vio que había rozado la belleza,
alada y voladiza.
Para Cris Rivero, poeta que me regaló su poemario "El niño de los tulipanes", donde encontré, con emoción, verdad, poesía como modo de reconstrucción, dolor de la mano del amor, memoria que no puede borrarse.
Gracias.
Vuelan las mariposas porque al volar vuelo y vida es lo mismo
son ellas en el suspenso de la felicidad
una velocidad que tienta los límites y les lleva de la mano
invisible una fuerza que el viento construye por la noche
debe de ser briznas del silencio o estrofas deslustradas de rezos de viejas
qué milagro encierra el aire
cuando escriben con trazos negros los vuelos de los pájaros los signos apenas visibles
y ya no hay letras sino caminos de la complejidad del bien que todavía no comprendo.
Dice A: uno más uno, dos. Y dice la verdad.
Dice B: Uno más uno, dos. Y miente.
No sabemos si A y B son conscientes de la verdad y la mentira.
El 2 de A menos el 2 de B es igual a x.
x es la cifra del silencio que antecede al trueno o al vuelo rasante del bombardeo.
Si A y B hubieran dicho la verdad, el 2 de A menos el 2 de B sería igual a x´.
Nada.
X´, nada, es la cifra del silencio en el que viven los amantes cuando se miran.
MANUSCRITO ENCONTRADO EN UN TETRA BRIK
En lo más profundo y oscuro del vientre de la mesa camilla donde el autor debió de jugar a vivir y a morir
Busco el rastro perdido de aquella oscuridad.
Donde oía los pasos exteriores que me parecían música,
o el pum pum de un corazón que bien podría ser el mío o el del otro,
pues no estaba solo en el palacio.
Pum, pum, se oía.
Aquel tambor, aquella música en la oscuridad y el silencio, en el rincón que sabía mi nombre.
Fue de tardes cuando un día levanté las faldas, la frontera,
y vi que los pasos eran zapatillas gastadas en busca del afán y la cebolla.
Quise volver y ya no pude porque una mano me llevó a una extrañeza donde todo era disperso
y me escribió en la piel, todavía rosa, la lista de la compra.
Y una voz me dijo ¡ve!.
Busco que el cuchillo que desolló la flecha del tiempo me muestre el camino de volver.
Quiero esconderme, sentir que el aliento es un viento cada vez distinto y hermoso cundo suena quieto.
Quiero la corona de la luz invisible,
ser el rey de donde reposa la historia de las cosas,
donde se pierden todos los olvidos,
¿será allí donde aún escuche el ulular del viento cuando nada pasa, salvo amar?
Nota:
EL HOMBRE QUE SUBIÓ LA MONTAÑA y MILTON JUEGA A LA COMBA son dos aproximaciones al tema del ver.
Es decir, de cómo utilizar la cuchilla de Buñuel para que el ojo nos deje ver.
Fijaos qué historia.
La de un hombre que subió la montaña tan sólo para ver su valle,
su pueblo, las calles de siempre, las manchas que escondían la tumba de los muertos.
Cuando llegó a la cima, una niebla lo cubría todo.
El hombre esperó hasta que un aliento astral la disipó.
Pero, en lugar de su pueblo, de su valle, lo que el hombre vio fue un muñeco roto,
sin cabeza, con un vestido de trapo.
Y lo vio porque el muñeco ocupaba todo el espacio, era el universo,
propiamente dicho.
El hombre lloró por no ver su valle, por no ver su pueblo, por no verse recorriendo las calles amigas, por no poder creer que veía las flores que un día ofreció a sus padres en su tumba.
Le dolía ver tan cerca ese muñeco sin cabeza, un muñeco que invadía todo.
Un muñeco opaco que no dejaba ver la luz.
El hombre inició el descenso.
A media bajada la niebla se echó de nuevo.
Tuvo que esperar, si hubiera continuado el camino podría haberse roto la cabeza.
Un aliento astral disipó la niebla.
Siguió bajando hasta llegar al río.
Un esfuerzo más y estoy en mi casa, pensó.
Llegó a su pueblo. La verja del cementerio estaba recién pintada.
En las calles unas guirnaldas apolilladas le llenaron de pena porque, sí, la fiesta había terminado.
¿Cómo será mi valle? ¿Y mi pueblo? Se preguntó de nuevo.
Tendrá que ser otro el que suba la montaña para ver, se dijo. Esperar a que muera para que alguien vea, se dijo.
Porque no haya maldición mayor que los espejos, se dijo.
MILTON JUEGA A LA COMBA
Cuando se vio en aquel cristal y, automáticamente, supo que eso era él,
empezó su ceguera.
A tientas fue, creyendo ver.
Sin saber, construyó teorías y siendo un ejemplo de homo faber
roturó la cara oculta de la luna.
Sólo cuando en paz lloraba, veía la oscuridad, la suya,
y encontraba en ella una luz consoladora y difícil de explicar.
Ahora el libro te lleva de la mano a donde nunca te atreviste a llegar.
Te muestra el fracaso, el fiasco de las vidas,
pero guarda mejor que tu memoria el nombre de la calle
donde un día aún soñabas con la zarza ardiente del amor.
Musita a tu silencio lo que al calor de aquel verano decían tus versos,
cuando corrías a casa para guardarlos,
no fuera a ser que el amarillo del fuego
o el tedio de las calles medio muertas te borraran con ellos para siempre.
Porque en alguna página perdida encontrarás de nuevo
la ternura que sudaba a mares aquel cuaderno
donde escribías el canto de los cantos.
El libro te lleva de la mano.
Aunque seas aún más ciego,
leerás en su blancura las letras misteriosas que crean el mundo,
aunque el idioma ya sólo sea un hierro suelto en el cementerio de las máquinas.
El libro te lleva de la mano a la mañana
cuando viste por primera vez el horizonte.
Fui a pescar.
Sentado en una roca escuchaba lo que el mar me decía.
Pasó despacio una nube con cuerpo de sirena,
y entonces comprendí que no existían los peces.
Sólo el mar,
sólo el océano.
Cerré los ojos,
y es que el runrún de las olas me hizo suyo.
Soñé que del mar brotaba una caña que me arrastraba dentro.
Esta es mi casa, pensé, porque en las aguas respiraba, hablaba y veía.
Era una casa azul con oscuridades y fondos sin final que quería conocer.
Entonces, desperté.
Miré mis manos, toqué mi pecho,
¿soy yo mi cuerpo? .
Y sólo era agua lo que era.
Me pregunto si el pájaro viene
o si el pájaro va,
si el pájaro vuelve,
si el pájaro es el mismo pájaro de siempre.
No sé qué verdad respira en su silencio.
Miro el vuelo.
oigo su canto.
sueño ver sus ojos cuando otea el vacío
y no sé si la verdad vuela con él.
Si el pájaro dejara de ser
un pájaro,
por su canto sabría que él es la verdad.
Cuando vinieron no había nadie.
Sólo estaba mi gata, la gata de mis días.
Venían a por ella.
Era blanco de las iras del pueblo,
pues la gata había sido señalada como contrarrevolucionaria,
una gata burguesa con maullidos psicodélicos
que a los teóricos les recordaba el ronroneo del gordo Chesterton.
Interrogada por los perros guardianes
la acusaron de anarcoliberal,
de darse a la ensoñación y a la comida cara, a las siestas al sol
y a no querer mezclarse
con los gatos callejeros que con plenos poderes genitales
la acechaban.
La sometieron a unas torturas humillantes:
cosquillas infinitas y tirones de rabo,
le cortaron las uñas,
le arrancaron los pelos del bigote,
la insultaron.
Pero cuando llegó el cambio de ciclo
fue liberada y devuelta a nuestra casa.
Seguía vacía.
Yo no había vuelto todavía,
su dueño, su mentor, su mano que le daba la comida.
Y es que había estado ocupado en enderezar
a los que se habían alejado de los buenos principios.
Cuando vi a mi gata acurrucada en su tiempo y en su espacio, sonreí.
Ella me miró y maulló su bienvenida.
La acaricié,
acerqué mi mano a su nariz
y le di de comer.
Y se durmió, feliz, a mis pies,
todavía cansados y sucios.
Esta es la historia de un hombre que no sabía nada.
Como ciego que era, alguien le llevó de la mano a un maestro.
El hombre que no sabía nada lloró en su presencia.
No tenía palabras, por eso no hubo silencio, sólo gemidos.
El maestro comprendió.
El maestro le dijo:
Te voy a dar un canuto para que aprendas a hacer la O.
Y se lo dio.
Y el hombre aprendió las letras.
La O y las demás.
Y escribió un poema de amor muy largo
que hacía temblar el papel, porque por el poema volaban los pájaros
y un resplandor brotaba del libro, porque había luz entre las letras.
Le fueron bien las cosas,
le dieron el Premio Nobel,
nada menos,
y se enamoró de una violinista ucraniana,
la belleza hecha carne entre la música.
Se casaron, pero al séptimo día la musa, la amada,
se colgó de una cuerda de cáñamo viejo
y dejó escrito que
de tanto amor se moría, pues sólo ya podía esperar su extinción,
y que, además,
no podía perdonarse no haber llegado a ser primer violín,
no había pasado de ser una del tutti
y eso pedía castigo, pues de niña
le prometió a su padre ser solista de postín.
El hombre, abatido, volvió al maestro.
Informado, le dio el canuto de la O.
Le dijo:
a partir de ahora no hagas ya nada,
sólo mira de vez en cuando el canuto,
sigue viviendo, sigue vivo,
mira el canuto,
si te tienta mirar al mundo,
míralo a través del agujero del canuto,
y deja que pasen los días a través de ti,
las noches, a través de ti.
Y sigue y sigue
y sigue amándola hasta el final.
Fue una aparición.
Una luz confusa posándose en alguien.
Se hizo amor.
La aparición se vino a mi y me cubrió.
Apenas ya sin respirar
pude gemir,
decir
amor.
Es decir,
no decir más,
ser sólo un poseído.
Fue una aparición,
nadie la vio,
sólo yo sentí que me cubría.
Carácter ya.
Imborrable.
No se oía nada
las palabras explotaban
chocaban unas con otras
eran astillas encendidas que alimentaban el volcán
era el silencio
más allá los puestos de la feria animaban a comprar boletos
para la rifa
y a ver las acrobacias del hombre bala bajo la lona
solo había uno entre la masa
que señalaba con su dedo el principio de todo
tal vez era un borracho o alguien apuñalado
en el polvo
y ni él mismo supo nunca lo que su no hablar había desencadenado.
Había que construir el alma
la de los hombres
la de los pueblos
eso que se llamaba mundo estaba muerto
fue un albañil y su cuadrilla
quien tomó la iniciativa
pronto se sumó el herrero a la empresa
y el carpintero
y un guardia civil de paisano y fuera de servicio que se vio interpelado por la obra
y un abogado para pasar lista a los trabajadores
y un sacerdote epiléptico y desnortado en busca de un recuerdo perdido
y un poeta
y un filósofo que se encargaría de limpiar los cristales
los rumanos cobraban menos pero ayudaban con sus paladas llenas
y los negros que sonreían siempre y daban de comer a los pájaros testigos
había que construir el alma
no había planos
un ingeniero buscó en google algunos datos y nada halló
salvo encíclicas pasadas de moda y que estaban fuera del ámbito de la ciencia
alguien leyó un poema menor
de amor
y encontró un camino que pronto desembocó en un solar vacío
todos seguían manos a la obra
el alma estaba arriba
en la frontera del infinito
creían
como el tejado de la torre de babel
pero no hubo confusión de lenguas porque el silencio era la condición
y así el alma se fue haciendo
empezó de la nada y fue haciéndose una nada cada vez distinta
una nada necesaria
era la obra de todos los que trabajaban mirando arriba
a un final que nunca llegaba y les daba la mano.
era cuando los mirlos proclaman la alegría de la vida
cuando el coro de las horas hace la mañana
cuando todo el aire crea una inspiración que puede romper el mundo
en busca de la luz
levantó sus brazos
y las manos se vieron cara a cara
mujeres y hombres caminaban y hacían orillas en los ríos
no sabían si a la tarde volverían a casa
un viento de minutos y segundos les empujaba
y pronto llegarían al destino
un ruido de máquinas y discursos
que como balas atravesarían sus cuerpos y sus almas
y aún así cantaban a la par que los pájaros
era un rezar unánime que violentaba el orden de los tiempos
desesperado
narciso se hizo un selfie
chupándose los labios con su bella saliba
silbando despacio para tersar sus arrugas y condenarlas a muerte
se mesó su pelo de colores
olió su mano bañada de sí
lloró de pena de no verse
siempre
disparó el dispositivo
y la muerte le tomó en un paso de cebra
un día de lluvia
era justo al mediodía
cuando la trompetería anunciaba
el fin del fin
el fin del mundo
Volvíamos
De espaldas al sol en lo alto de una roca
mirábamos el incierto azul
las nubes y los árboles de dudosa existencia
nos mirábamos incrédulos
palpábamos en el otro la herida del pecho para sabernos
veníamos de la pasión y de la muerte
allí estábamos nuevos
resucitados
El pájaro cantó y entendimos el canto
miramos arriba
calculamos el viaje a lo alto
camino de la gloria
Cuando escribes es narciso quien se venga por ti de la envidia que te provoca la lectura.
¿Para qué escribir? Todo está escrito, y bien escrito.
Sólo puede escribirse sin vergüenza un diario (siempre que esté bien escondido), una nota de despedida, la lista de la compra, una carta.
Están exentos de esta prohibición los genios, destinados a (dis)continuar la obra universal, no a escribir sobre lo ya escrito.
Los genios se conocen a sí mismos. No hay que señalarlos. Nadie puede darles el carnet que los distinga.
También puede escribir un cualquiera, como acto de orientación realizado en defensa propia, para librarse de la maraña de un desorden voraz, más terrible que la muerte, que esté a punto de tragárselo. A veces, pero no siempre ni en todos los casos, los sueños hacen esta función.
En realidad, dicho lo dicho, no deberíamos parar de escribir, no deberíamos hacer otra cosa: escribir y romper, escribir y soñar y, sosegados aunque sólo fuera por un instante, leer, leer y leer a la sombra de la paz.(1)
(1) Nota
No sé de mecánica artillera. Si no, agregaría el artefacto que hiciera posible esa coda que decía: Este escrito será autodestruido en tres segundos.
De noche
mandaste explorar lo que tu cuerpo iba a decirme
escucha lo más dulce
y la lengua subió a los cielos
¿oyes las palabras?
Las cerezas
los ríos de leche y miel
mandaste que mis manos hicieran hablar a las palabras
muertas
pegadas a tu piel
tócame
haz que el murmullo de lo hondo te desborde
para que sólo oigas los gritos del pasado
que despiertan
no temas
me dijiste
si oyes un adios
un hasta luego
un me voy
Es el aliento de los muertos
que nos roza
pues todos vagamos juntos
por estas calles del tiempo
Tócame
¿No sientes que en el cuerpo no cabe el dolor de las filosofías?
Después tuvimos un sueño
El despertar se había olvidado de volver.
Todo va muy despacio en esta tarde vertical
la mujer de los pasos lentos
el niño levantando sus manos hacia el globo que vuela a los planetas
Se siente ya al hijo del calor que vendrá para abrasarnos
He ahí a un hombre
que va a tirar despacio
ya con sueño
la bolsa de basura y alarga su mano escrupulosa
como quien busca olvidarse de sí mismo
Los coches circulan en un tiempo diminuto y retráctil
como la tortuga que nunca llegará a la meta
porque el tiempo la acompaña esta tarde
al no morir
uno
Del grado cero de la escritura a la escritura de densidad infinita (que tiende al infinito), la poesía, donde la-lengua es pura concentración (contracción) de todos los sentidos posibles que su ruptura pueda ocasionar y que, milagrosamente, religiosamente, da luz para un lector perciba lo que nunca antes podría haber hecho.
La poesía es ese agujero negro inhabitable y, sin embargo, principio y fin dela creatividad humana, más allá de la naturaleza. De su naturaleza traspasada.
dos
Poesía
Qué bien marcharse para siempre
y ya no ver el hueco vacío de cada mañana
de cada tarde
ni el sol burlándose del tiempo
ni la primavera de flores de cerezo
predicar el levantamiento para olvidar lo que nunca pudiste ser.
Futurología
Había algo de carne en su cuerpo de plástico.
Nadie supo jamás qué crecería de aquella semilla
o si el plástico acabaría matando el camino a la pudrición.
Amanecer
Aún tiembla en mi mano ese ramo de piedra y rosas que guarda el olor de la noche.
Abajo del todo veo un cuerpo caído en mi cama blanca.
Ya no oigo aquel tren que rasgó el silencio y los susurros con sus feroces hierros.
¿Se habrá parado para siempre?
¿Dónde estarán ahora aquellos niños que tanto sufrían esperando el fin de la noche antes del viaje?
Hoy, tanta luz para ver solo
los hilos perdidos de la noche recien muerta,
las agonías de la esperanza,
las horas que agitan las manos para que las escuchemos
tanta luz
para ver el horizonte a lo lejos
como una boca cerrada que no puede llorar.
Nuestros cuerpos son los ríos que van a dar al amar
que es el fluir
Tú ya te vas sobre las aguas,
apenas anegada, casi viva,
en ese viaje irremediable del adios.
Y yo, sujeto, quieto,
caído como un muerto mortal, ajusticiado
miro arriba como si aún tuviera ojos
Ya solo queda llamar al río dulce
y pedirle que me lleve de la mano a ti,
ya solo ausencia, solo musgo,
donde fluyes nueva, en el silencio.(1)
1)
Los poemas fracasan. Porque al principio hay una luz, una voz, llegadas de donde no se sabe, del saber, de dentro, de donde el horno no para de construirnos, que ordena la palabra. Y ya en el día, en la feria, en la ciudad, un pobre hombre mira las yemas de sus dedos y quiere que hablen, que digan lo que la voz y la luz habían dejado caer en ese relámpago que no tiene tiempo. Y así, el poema fracasa, el hombre se mesa el cabello sentado en una silla frente a su café ya frío, que contiene la última metáfora que podrá salvarle.
Fumaba despacio, quieto
sólo miraba el horizonte de la brasa
dejaba que la ceniza siguiera siendo presente en el espacio
un resto ingrávido en el aire
una historia recién quemada del tiempo de vivir.
Cuando al final caía la ceniza
y ya todo era pasado
sonreía dejando ver el triunfo de la vida y la esperanza.
¿Cómo pudo ocurrir?
No saber que aún quedaban dos minutos antes del telón, de la estampida.
¿Cómo pude quedarse quieto en el dolor y en el miedo y no ver que por delante había un tiempo indivisible para vivir desatado aquel misterio?
No saber que el tiempo habría podido congelarse y olvidarse de sí.
Y vivir, envuelto para siempre en aquella música, en su presencia, en tanta lejanía.
¿Cómo pudo elegir ser siervo del dolor, de la certeza del final, de sólo ser capaz de ver su espalda desapareciendo?
¿Cómo haber creído el cuento que le contaron los que hacen el infierno?
Y no haber dejado que los pájaros hiciesen el espacio.
Y no vivir en el amor de ser para siempre.
La poesía menor es un pez casi ridículo que ningún pescador se atrevería a mostrar.
O un desecho olvidado en las aguas, un zapato viejo, una botella de plástico de la que unos labios sublimes, o no, bebieron un día.
El pescador no sabe más que lanzar la caña, y que el agua está ahí. Y que las cosas acaban por morir en el agua, incluso de vivir en el agua. Esconderse en ella, otra vez.
Sospecha que las cosas que captura, pequeños peces con apenas nombre o basuras de glorias pasadas, contienen el misterio y la fuerza que hacen persistir al mundo en ser lo que es y lo que no es (1).
(1)El poeta, menor siempre, puede ser representado como un pescador frente a un río ciudadano sentado en una silla minúscula, ajeno a su caña, descansada y algo trémula, leyendo una novela de Marcial Lafuente Estefanía, procurando no mover bruscamente la cabeza por miedo a que se le caiga el lapicero que guarda sobre su oreja, tan sensible a las músicas, aunque nadie lo diría.