martes, 18 de agosto de 2020

CUANDO PHILIP GLASS ESTUVO EN MI CASA

 







un tren me lleva a Philip Glass



Philip Glass,

eran las seis de la mañana,

me pasa la mano por encima

y va y me dice que le deje sitio en la cama,

y de un manotazo me echa, y yo, siempre a la expectativa

de su genio, le cedo el sitio y empiezo

a tocar unas notas que acabo de soñar,

y Philip, que no duerme todavía, me acusa de plagiario y yo,

en un rapto de rebeldía, al filo de la madrugada 

le reprendo y le suplico, bajando los ojos,

          que me enseñe otra vez la mortaja que celosamente guarda

y, acercándose al armario, me toma de la mano

y juntos escuchamos al bach 

que corría empujado por la cuerda del tren de juguete

en las vías que formaban un círculo infinito encima de la mesa camilla,

que ambos compramos después de la ruina,

o antes,

nada importa ahora.


sábado, 15 de agosto de 2020

INSTANTE

 




Salta el agua,

es una lluvia anárquica

apocopada, muda, sin sentido,

parásita de la luz sobrante,

desprendida del verano


en el exceso vive ese brillante escarabajo,

casquinoso, embetunado, negro,

espantosamente cóncavo,

muriendo del revés, haciéndole la burla

a dios con sus tres pares de patas


si una gota de esa agua cayese en el ocelo

sería el fin del mundo:

aquel abuelo, que detrás de la verja

de la residencia de ancianos,

hablaba a través de su móvil con su hijo,

diez metros más acá, en la calle,

en plena vida civil,

hubiese volado por los aires

que olían a cianuro y a

exterminio


mío es el tiempo,

decía el viejo a su hijo,

aquí en la vagoneta que tarde o temprano

me llevará de nuevo a Polonia,

hago cruces con mis horas del pasado,

¡qué voy a decirte que te haga feliz,

hijo mío, hijo de mis sueños!

No olvides de ponerte tu máscara cívica,

debes saber que te obliga la ley,

y vete,

que yo aquí paso las horas mirando las cuentas

del rosario

de las horas vividas,

y les saco brillo y, así,

trenzo una geometría que nunca podrás entender,

y que será la que me lleve a las puertas del cielo


el huracán vuelve del derecho

el corpachón del escarabajo,

brilla una ventana de luz

por un instante

aparecida en su casco transoceánico

hecho de la misma dureza del brillo del agua,

y después de lo que pudo haber sido

el fin del mundo,

vuelve la tarde, su temblor,

sus ansias, el crepúsculo,

y todo lo nuevo

se desvanece en mis manos




lunes, 10 de agosto de 2020

SANTO








 


A ver si hoy me persigue con tesón

la furia de los santos,

a ver si de una vez me alcanza,

me abate, me hace claudicar aunque tenga que gritar

cobardemente y pedir auxilio

patas arriba, braceando, agarrando por el cuello

a quien me quiera hincar el diente desde los reinos de la beatitud y la bondad


no busco el milagro de los buenos,

ni la dulce mirada solidaria de los justos,

busco la fiera dentellada de lo santos

que vivieron de espaldas a la casa paterna, en la lejanía,

en la indiferencia histérica

de las cuevas y de los desiertos,

en los estercoleros abandonados

donde vivió mi amigo Job

cuando era el hazmerreir de los que habían sobrevivido

a las pandemias de la verdad y de la luz


a ver si hoy al levantarme

me noto preso,

descubro una argolla de hierro

en las patas de mi cama,

unos clavos que me claven donde manará la sangre

fuera de las lógicas de las necesidades,

en pleno centro de la sombra

donde una vez se posó el caos

el mismo día, o la misma noche, que salimos de la nada

y vimos como los santos

quemaban el ábaco y la lira

y hacían aspavientos a los reflejos de la verdad,

esa palabra aciaga que ardorosamente hundimos en un hoyo,

de donde nacieron las ciudades,

el mismo día de nuestra marcha


A ver si hoy me da la mano

la bondad extrema, y no me pide cuentas,

y me la llevo a comer y a dormir,

y nos contamos cuentos inventados

per secula seculorum.

Amen




CAMINANTE







 



Descansaba en las sombras.

De una a otra caminaba sumergido en la luz,

una luz atravesada por un blanco salido del fuego.

La luz era tan viva que casi disolvía su cuerpo,

que se convertía en un despojo oscuro

parecido a un papel quemado,

a veces se parecía más al humo

o a una brizna de polvo puesta en evidencia por un rayo de sol


Llegaba a la sombra

siendo casi inexistente,

pero el agua fresca le devolvía el cuerpo:

si hubiera tenido un espejo delante

podría haberse reconocido y decir su nombre,

ese soy yo


Vuelto al camino,

la luz era tan grande

que hubo momentos en que el caminante

se convertía en un solo punto de esa luz

y parecía no existir ya más,

era ya un ser borrado para los ojos,

pero él viajaba en ese éxtasis porque seguía existiendo

aunque sólo fuese un poco de luz en la gran luz que le quemaba,

y su mirada vigilaba el camino de tierra

que le llevaba a la otra sombra,

al agua, al renacer


No tenía casa,

vivía en el camino,

entre el cuerpo tangible de las sombras

y la disolución de la luz,

rodeado por un fuego

que no aprendió a nombrar



martes, 4 de agosto de 2020

OTROS VERANOS






¿Dónde están aquellas mañanas blancas de verano,

cuando Cernuda a la sombra de su higuera olorosa

dentro del arrullo de sus pantalones de lino,

meciendo con la suavidad infinita de su verso

las manos sobre el papel cimbreado de la luz,

tejía el testamento vital de los hombres vocacionalmente inútiles que han sostenido el mundo,

esa nada que flota en el mercurio del universo?


¿Dónde quedaría varada aquella promesa de la luz

una tarde, cuando ya los pájaros enmudecían lentamente

preparándose a volar hacia su pequeña muerte de la noche

y Dalí miraba fijamente el mar donde una espuma

desprendida de una de tantas olas anodinas

hacía subir y bajar con un rítmico desdén

miles de bragas de algodón que una a una

tendía la ninfa Gala

en un alambre fino que

de ventana a ventana

cortaba limpiamente las cabezas de las miradas,

que ya se hacían ciegas, hartas de las largas horas del día?


En qué han quedado los veranos:

máquinas cortacésped rugiendo detrás de la línea de salida,

las mariposas de piedra

se yerguen extáticas en un balcón de hiedra

adonde van a morir las moscas aturdidas

de tantos telediarios que nos invitan a ser

un poco nazis sin que nada se note,

progresivamente,

a que cortemos de raíz el júbilo de las palabras,

a que las conversaciones ya nunca más sean cantarinas, ebrias, disparadas,

a que solo recitemos las palabras vanas

como si cada tarde tuviéramos que probarnos

el sudario que exhibiremos

la noche final ante la mirada cauta de los que nos pretenderán velar.


¿Será verdad que se perdió para siempre

aquella alegría infinita de los poetas?

¿Qué habrá sido de aquellas alpargatas humedecidas por la bondad infinita de Federico,

que levantaba las manos en medio de una hora llena de palomas blancas y transparentes, casi invisibles al ojo humano,

acercándose al murmullo, sólo para escuchar como el aire rompía en pedazos una carta de amor?


Una vez soñé que Natalie Wood me estaba esperando

sentada en el bordillo de la calle justo delante

de una gasolinera donde vendían seven up, porque un cartel así lo anunciaba,

y que su padre le decía

hija no vuelvas tarde,

y su madre le preguntaba si llevaba suficiente dinero para pasar el día,

y yo la cogía de la mano

y sin decir nada ninguno de los dos

nos poníamos a mirar un kiosko que estaba en una plaza

infinitamente iluminada en mi ciudad,

Zaragoza, una mañana de julio,

y la gente pasaba sin mirarnos

y así, hasta el final del sueño que se disolvió para siempre


Tal vez en uno de esos universo paralelos,

que pronto estarán a nuestra disposición para cuando queramos bajarnos del tiovivo

y recuperar algo de la verdad que hemos perdido en este erial totalitario

a donde han ido a abrevar

nuestras cabezas acéfalas y secas,

podamos encontrarnos con lo que de nosotros aún palpita,

y salir así de esta mortandad fraterna,

y no regresar nunca más

de aquellas mañanas

hechas de la luz, del aire, del abrazo de después,

del sueño, de las páginas del tiempo,

que apenas se desharán conforme rocemos la suavidad

de sus labios.